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El jesuita vizcaíno y los diablos de Alcalá

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

Por cierto que es este un título digno de una comedia de segundo orden del Siglo de Oro español. Y de hecho no andamos demasiado errados, cuando nos ponemos a analizar lo que en el sitio nombrado ocurriera allá por el año de 1.635. Los documentos que cuentan la historia de este extraño paso de comedia, que en general puede llegar a resultarnos bastante impensado viniendo nada menos que de miembros de la Orden ignaciana, son mencionados por el padre Anselmo de Legarda en su libro “Lo ‘vizcaíno’ en la literatura castellana”1, tesis doctoral publicada en 1.954, y el material al cual hace referencia se encuentra en el “Memorial Histórico Español, Tomo XIII, Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús, T.I”2, que hemos revisado en busca de mayores pormenores, como el mismo padre de Legarda recomienda ya que su trabajo específico no le permitió profundizar en el caso.3

Como sabemos, el mismo fundador de la Compañía pasó parte de su vida estudiando en Alcalá en 1.526, residiendo según él mismo lo deseaba, en el hospital de Antezana.4 Pero es una vez creada la Orden y a los 64 años cumplidos de la muerte del santo azpeitiarra cuando se comienza la erección de lo que luego sería el primer Colegio de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares, cuyo edificio es sede hoy de la Facultad de Derecho y fue sede ayer de las aventuras de los diablos y el vizcaíno que dan nombre a esta nota. El proceso no fue rápido, y el templo quedaría concluído aproximadamente en 1.624, en tanto que el Colegio, pese a hallarse en funciones desde mucho tiempo antes, se acabaría recién a fines del mismo siglo XVII. Estos datos someros sirven para darnos una idea de cómo sería el ambiente del instituto en el año en que tuvieron lugar las diabólicas andanzas.

Hoy, la universidad de Alcalá es la posesora de un edificio que apenas si conserva algunas líneas de lo que fuera casi 400 años atrás. Remontémonos entonces en el tiempo hasta la primavera del año de 1.635.

La primera mención de sucesos extraordinarios en el Colegio aparece en una carta firmada en Madrid el día 17 de abril del año ya citado, dirigida por el padre Alejandro de Andrade al Visitador, padre Pedro González y encabezada con la misma fecha pero referida a Alcalá. La carta en sí, que es la citada en su tesis por el padre Legarda, resulta altamente interesante más allá del hecho que narra, puesto que deja entrever el funcionamiento del sistema de informaciones dentro mismo de la genial creación ignaciana, y la capacidad de los encargados del mismo, quienesmás allá de la tan traída y llevada obediencia ciega y el perinde ac cadaver5, no se quedaban callados en el momento de opinar, aún cuando se tratara precisamente de criticar a sus superiores. En efecto, el padre de Andrade menciona y comenta el papel del Padre Provincial, de Visita en esos momentos, quien “...tiene por tan soberana su dignidad que no se le atreverá el diablo, del cual no sabemos que tenga hecho voto de obediencia a su Reverencia, ni aún propósito”6. Pero, ¿qué era en realidad lo sucedido, si había llegado hasta el punto de movilizar al mismo Padre Provincial7? Un hecho en apariencia digno de integrarse en los escritos que por esa época precisamente comenzaban lentamente a ponerse de moda en Europa Occidental8 y aún las Américas: el diablo y un súcubo o bruja habían irrumpido en la celda de un miembro de la Compañía. Y se trataba nada menos que de un vizcaíno. Todo había comenzado unos diez días atrás, es decir por el 7 del mismo mes de abril. En esa fecha y a la medianoche, un hermano, de nación vizcaíno y apellidado Zárate, “...empezó a dar voces; acudieron los vecinos y halláronlo medio fuera de la cama, asustado y espantado; quejábase de una mano, la cual tenía pautada y morada, como si la hubieran apretado entre dos tablas, y bien dolorida. Dijo que un duende o bruja, porque tenía forma de mujer, y la acompañaba el diablo con hocico de puerco, había apretado y tirado de élla, queriéndosele llevar, y que él se resistía y le tenía ya casi fuera de la cama. Causó esto gran miedo en el Colegio y alboroto en toda la gente moza; vivía en la casa de la señora Doña Catalina, según he oído. El P. Provincial lo sintió mucho, y dijo que era imaginación y sueño, y no estuvo lejos de castigarle para quitar un miedo con otro miedo, y á no haber quedado señal en la mano, sospecho lo hiciera.”9

Foto: Adri porteña

Foto: Adri porteña.

Cabe imaginarse la conmoción, en especial entre la “gente moza”, como señala el padre Andrade. Y las medidas tomadas fueron las lógicas. A la siguiente noche, el hermano merecedor de tan ingrata visita, nuestro vizcaíno, dormiría acompañado, y además una guardia de varios otros padres descansaría en el piso superior, preparada a acudir ante cualquier novedad. Por supuesto se exorcizó la habitación y se dispusieron en ella algunos elementos del culto. Pero el jueves 12, a medianoche, volvería el diablo por sus fueros, que también se comportaba como un vizcaíno por lo visto (tal vez hubiera acompañado desde Euskal Herria al hermano Zárate, casos ha habido): “...oyeron todos un ruido como de caballo que venía por el tránsito, al cual dispertaron; la ventana se abrió como si hicieran gran fuerza; el paciente dió voces: ¡que entra, que viene, que me coge, que me lleva! Volvió el rostro hacia el P. Bermudo; él se cortó de miedo; los de arriba bajaron, y entrando, le hallaron desnudo, tendido en el suelo, yerto y sin pulso. Sospecharon que era muerto; volvió en sí, y dijo que una moza de buen parecer, acompañada de un demonio en la forma dicha, que entró por la ventana, le había por fuerza abrazado y le quería hacer sacar por ella. El P. Bermudo testifica que sintió el ruido como que luchaban: el P. Provincial dice que es imaginación y que le quiere llevar á que duerma en su aposento...”10 En este punto se insertan las líneas del autor acerca de las actitudes del Provincial que destacábamos más arriba. Y cierra su carta el padre Andrade diciendo que se encuentra a la espera de más noticias, pero que cree que “...han puesto silencio, porque se calla”.

Y el tiempo sigue transcurriendo, y por lo visto no sería esa la última de las curiosas visitas que recibiría el suponemos que angustiado vizcaíno Zárate de las potencias rebeldes al Creador, según podemos constatar. Así, el 3 de mayo del mismo año vuelve a surgir el problema en comunicaciones de la Compañía. En esta ocasión es el padre Bernardino de Alcocer quien escribe desde Madrid al padre Rafael Pereyra en Sevilla, una larga carta cargada de noticias y sucesos de España y de toda Europa. Curiosamente el inicio de la misma está dedicado a la historia del hermano Zárate. La explicación que plantea el padre Alcocer es bastante clara: “De Alcalá escriben mil cuentos ó verdades de la bruja: ficción por haber sucedido en tal sugeto como fue el hermano Zárate, verdad por los efectos ciertos que mostraban. Ello parece ser el haberse aficionado de él alguna mujer, y poniendo los medios que á ella le parecieron más eficaces, le persuadió cuatro o cinco noches con visiones, algunas veces tiernas, otras temerosas. La verdad se esté en su lugar, pero en este punto es cierto que no la dejan, pues es controvertido el parecer y el miedo muy somero, y el más alentado al anochecer andaba con sus temores a cuestas para buscar donde dormir: ya esto se ha acabado.”11

Las cosas comienzan a verse como debieron ser y el demonio inicia el regreso a su sombría mansión. El religioso vizcaíno es ya un sujeto “tal... como fue...” ¿Acaso es la voz del padre Alcocer lo que luego será tenido por oficial dentro de la Orden? No podemos olvidar esa pequeña reflexión al final de la carta del padre Andrade en cuanto a que habían “puesto silencio” al tema. Si bien la versión de Alcocer, posterior casi un mes a los sucesos, deja entender que se ha tratado de un asunto de faldas, queda un cierto espacio abierto a lo sobrenatural en cuanto a que, como se deduce de su cita, esos medios de persuadir “con visiones” al hermano Zárate no parecen muy normales. Pero las cosas no habrían de detenerse aquí.

Es digno de resaltar a estas alturas que, en una forma aparentemente curiosa, lo que más llama la atención de todos los implicados en el hecho es con claridad la presencia de la bruja antes que la de su señor. Lo extraño de esa postura radica sin duda en que esta es la época, como decíamos al principio, en que el complejo brujeril comienza a extenderse de forma grave por Europa, tal vez favorecido por las atrocidades de las guerras de religión. Tampoco podemos olvidar para este caso en especial que los procesos de Logroño habían tenido lugar hacía apenas un cuarto de siglo y seguramente estarían presentes en el pensamiento de los religiosos. En todo caso es un indicador nada despreciable y además significativo, del estado de cosas, el que sea la bruja el verdadero protagonista del caso, mientras el diablo apenas aparece como un comparsa algo ridículo, Celestino de las visitas de su seguidora. Pero, como decíamos, las cosas empiezan ahora a complicarse, como se deduce de otras cartas referidas al tema y cuyo contenido nos permite además comprender que lo que exponía el padre Andrade al final de su carta no era aventurado y que existió un serio interés por silenciar el asunto. En efecto, el alboroto, por razones que permanecen ocultas al no ser mencionadas en las cartas, pero que podemos deducir sin demasiado riesgo, amenaza con hacer renunciar a varios alumnos del instituto. Veamos:

tableatny

Foto: tableatny.

El 22 de junio, una carta firmada por el padre Pedro de Avilés indica que “Por si allá no se supiere lo de Alcalá, dicen que todo fue ruido y mentira aquello del diablo que se aparecía y que otros demoñuelos llenos de travesuras ha habido, de que ha resultado que algunos, temerosos del castigo de la Compañía, han acudido á la suprema Inquisición y al Nuncio, diciendo tienen de que darles cuenta si los amparan y dan pasaporte para que no los molesten en la Compañía”.12

El 10 de julio escribe desde Madrid el padre Sebastián González al padre Pereyra: “...siempre las cosas crecen por la distancia y así no es maravilla que lo de Alcalá corra por los mismos lances que otras cosas que se dicen y escriben. Lo cierto es, que es mucho menos de lo que en la suya significa: el principio ha sido amistades particulares de unos con otros como de ordinario las suele haber entre gente moza, [...] y otras muchacherías de este género y que nacen de estos principios. Esto estaba ya entre ellos compuesto; luego hubo no sé qué sentimientos fundados en si éste era mas amigo del otro, y empezaron al fin de la visita a sindicarse unos á otros, con lo cual muchos se han puesto del codo y dichose algunas cosas que tienen más de encarecimiento que de verdad: Hasta agora, fuera de dos que se han sacado de Alcalá, no se ha hecho más demostración, porque según he entendido no se convinieron los PP. Consultores y se ha remitido a nuestro Padre...”

Y el 7 de agosto desde Valladolid el padre Francisco de Ribera, también a Pereyra: “...en lo que toca á lo que V. R. me dice le avise de este Colegio, respondo que lo que yo he sabido, y no he sido el que menos, es lo que diré, que ya me ha dado el Padre Rector licencia para hacerlo. Estando visitando el P. Provincial sucedió lo de la bruja, como V. R. ya sabe; de aquí comenzaron a decir unos que era mentira, y otros que era verdad; con que se azoraron algunos, y dicen que se hicieron algun tiro con indicaciones. Fué el P. Provincial á Madrid, sin dar castigo ninguno por las faltas que había hallado, para consultarlo con los consultores; de aquí les nació grande recelo; y temiendo el H. Zárate y el H. Juan Herminio que los habían de encerrar, hizo diligencias el H. Zárate con el Nuncio para que lo llamase. Enviólo á llamar con una carta, y cogiéronsela porque él mismo la enseñó; y viendo que por esta parte no había órden, dijo que tenía que ir a la Inquisición. Lo mismo decía su maestro, que por defender a su discípulo, dejado llevar de una cólera demasiada (es algo más que loco), dijo que él tenía también que sindicar. Lo mismo dijo el H. Juan Herminio, pareciéndole buena ocasión para escaparse de la penitencia que tenía; y aún dicen comunmente que él fue el que los instigó a que hicieran esto. Sucedió esto mientras quiete y mientras primera mesa, causa de que hubiese grandes voces; y por lo que podía suceder que algunos no pensasen que había cosas de importancia, puso el P. Rector precepto que no se escribiese esto. Fueron á Madrid, y lo que sindicaron fue cosa de tan poca monta, que juzgaron los inquisidores que no era digno de escribirse. Hé aquí, V. R., brevemente sumados los ruidos que tanta campanada han dado. En lo que V. R. me dice del papel que pusieron en nuestra puerta, es falsísimo, que no ha habido tal cosa, y lo que V. R. dice que pedían veintiocho irse á sus casas, es tan falso, que solo el hermano Juan Herminio lo había pedido, y ya cuando esta escribo le han despedido, y me parece que harán lo mismo de los otros dos [¿Zárate y su maestro?, n. d. a.], con que quedará este Colegio como un Paraíso...”13

Otra carta en fin, del 28 de agosto y desde Madrid, anuncia la expulsión del padre Juan Jerónimo. Dados los errores en la transcripción de los originales, es posible que se trate en realidad del que hasta ahora venía siendo llamado hermano Juan Herminio, a menos que se refiera al ignoto maestro del vizcaíno.

En suma, nunca podremos saber qué fue lo que en realidad sucedió. Apenas que el sistema de control de la Compañía obró de maravillas en el asunto y, haya habido o no intervenciones del hostis antiquus en el problema con el hermano Zárate, sin duda salió triunfante aún sin quererlo, puesto que por lo menos dos miembros de aquella debieron abandonar el Colegio alcalaíno y las tropas ignacianas. Como reza aquel viejo refrán castellano, es mejor “a la lumbre y al fraile no hurgarles, que la lumbre se apaga y el fraile se arde”. Es de esperarse que el ex hermano vizcaíno haya tornado a su patria, en donde sin duda otras mejores sorgiñak le aguardarían, para hacerle olvidar el enredado negocio madrileño.

1 De Legarda, P. Anselmo: “Lo ‘vizcaíno’ en la literatura castellana”, Biblioteca Vascongada de los Amigos del País, Donosti, 1.954.

2 Real Academia de la Historia: “Memorial Histórico Español, T. XIII, cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús”, Madrid, Imprenta Nacional, 1.861, 545 pp.

3 Julio Caro Baroja en “Vidas mágicas e inquisición”, (Madrid, Istmo, 1991, 454 pp.), Vol. I, p. 111, nota 5, menciona el caso sin detenerse en pormenores.

4 “56. Acabados dos años de estudiar, en los cuales, según le decían, había harto aprovechado, le decía su maestro que ya podía oír artes, y que se fuese a Alcalá. Mas todavía él se hizo examinar de un doctor en teología, el cual le aconsejó lo mismo: y ansí se partió solo para Alcalá [...] Llegado a Alcalá empezó a mendicar y vivir de limosnas [...] Y pasando a este tiempo el que tenía cargo del hospital nuevo de Antezana, mostrando pesar de aquello, le llamó, y le llevó para el hospital, en el cual le dió una cámara y todo el necesario. 57. Estudió en Alcalá cuasi año y medio; y porque el año de 24o en la cuaresma llegó en Barcelona en la cual estudió dos años, el año de 26 llegó Alcalá, y estudió términos de Soto, y phísica de Alberto, y el Maestro de las Sentencias. Y estando en Alcalá se ejercitaba en dar ejercicios espirituales, y en declarar la doctrina cristiana: y con esto se hacía fruto a gloria de Dios...” (Autobiografía de san Ignacio de Loyola disponible en Internet, www,jesuitas.es, “Biblioteca básica del cristiano).

5 Idea que por otra parte no es del todo ignaciana ya que, más allá de su expresión en las Constituciones de la Compañía, aparece en escritos del Seráfico de Asís.

6 Op. Cit., p.170.

7En ese momento el padre Miguel de Oreña, puesto que el padre Alonso del Caño, que había comenzado su trienio en 1.633, había sido enviado como visitador a la provincia de Toledo (cf. Del Ser Pérez, Fernando: “La provincia jesuítica de Castilla en el Archivum Romanum Societatis Iesu”).

8 No podemos dejar de recordar el famoso caso francés puatevino de Loudun, precisamente del año de 1.633.

9 Op. Cit., p. 169.

10 Op. Cit., p. 170.

11 Op. Cit., pp. 180/1.

12 Op. Cit., p 181.

13Op. Cit., pp. 232/3.

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